
15 Nov La otra cara del bullying: ¿Qué pasa cuando tu hijo es el verdugo?
Cuando estrenaron la película «Tenemos que hablar de Kevin» (Lynne Ramsay, 2011), muchas madres y padres se quedaron en shock. Y es que en ella aparecía un tema tan polémico como tabú. ¿Qué ocurre cuando nuestro hijo tiene un perfil psicopático? ¿Es posible que mi hijo haya desarrollado un perfil abusador?
Numerosas cuestiones sobrevuelan la interesante película (basada en una novela que también conmocionó a sus lectores). Desde los sentimientos de culpa y diversas cuestiones de género vinculadas a la “maternidad”, hasta el eterno dilema filosófico de “la semilla del mal” (¿somos “buenos” o “malos” por naturaleza?).
El film no deja de ser un ensayo muy rico conceptualmente y una ficción (con sus patrones exagerados para narrar cualquier hecho impactante). Por eso lo tomamos como referencia para inspirarnos o reflexionar sobre estas cuestiones, pero no como un manual de psicología.
Pero lo que está claro es que tanto la película como la novela ponían sobre la mesa algo que suele estar oculto en un cajón. Al fin y al cabo, como nos han enseñado (erróneamente) a lo largo de nuestra educación, “los trapos sucios se lavan en casa”.
Y si algo subyace a todo lo que en estas ficciones se manifiesta, es que, como en el propio título se indica: tenemos que hablar de ello. Negarlo, soterrarlo, ocultarlo… solamente hará que los problemas se enquisten, las patologías crezcan y sean mucho más complicadas de tratar y terceras personas salgan dañadas.
En este post trataremos los siguientes temas
Han acusado a mi hijo de hacer bullying. ¿Qué puedo hacer?
Generalmente, tanto en los medios de comunicación como en los ambientes más cotidianos donde surge la conversación, el tema del bullying, el abuso o el acoso escolar se enfoca desde la perspectiva de las víctimas o los niños que sufren este tipo de maltrato.
Pero si existen “víctimas”, eso quiere decir que hay “verdugos”. Obviar ese foco del problema es sumamente peligroso. Tanto para el tratamiento del caso concreto, como para la prevención de futuras conductas lesivas. Así como para lograr la aproximación terapéutica, sumamente necesaria, que requieren los perpetradores de actos violentos: tanto verbales como físicos.
Si nuestro hijo está desarrollando una conducta agresiva desde cualquier sentido, muchas veces puede estar vinculado con trastornos relacionados, como el Trastorno Negativista Desafiante. Recordemos, asimismo, que varios estudios relacionan, por ejemplo, el TDAH (Trastorno de Déficit de Atención con Hiperactividad) con el Trastorno Negativista Desafiante.
En psicología observamos cómo las ramificaciones y relaciones entre conductas y posibles trastornos son algo más que común y lógico. Por ello, cuanto antes atajemos el conflicto y nos pongamos manos a la obra, mucho mejor para colocar, por así decirlo, cada cosa en su sitio.
Obviamente, como podemos deducir retomando el título de este apartado, una acusación no significa inmediatamente que nuestro hijo sea culpable de estar infligiendo daños físicos y/o psicológicos en otro compañero. Pero enfrentarnos y chocar directamente contra esta realidad desde el negacionismo más rotundo no ayudará en ningún caso: sea o no culpable de lo que se le acusa.
Como siempre, hemos de mantener la calma y busca el diálogo con nuestro hijo. Nunca desde la “bronca”, el enfado soberano, el miedo o la intimidación (“te vas a enterar…). Este tipo de aproximaciones tóxicas lo único que conseguirán es retroalimentar cualquier rasgo violento que pueda existir en nuestros hijos.
Si no conseguimos establecer ningún tipo de conversación con nuestro hijo para intentar entender qué está sucediendo y, además, en su respuesta irradia violencia verbal y/o física: no hay tiempo que perder. Hemos de hablar con un terapeuta especializado en trastornos de la conducta infantil.
La terapia cognitivo-conductual, combinada con las estrategias o aproximaciones psicológicas (y el apoyo psiquiátrico si se estima conveniente), nos ayudará a encauzar todo este tema. Contribuirá más que positivamente en la educación emocional y la salud mental de nuestros hijos. Y también, por supuesto, en la nuestra. Otorgándonos las herramientas necesarias como padres, tutores y educadores del menor.
¿Puede un niño tener rasgos psicopáticos? ¿Cuáles son las características más comunes de un perfil abusador?
Antes de empezar a desgranar este apartado, intentaremos responder a una pregunta que inquieta a muchos padres y madres. ¿La psicopatía es genética? Innumerables estudios y teorías al respecto señalan que, en efecto, parece existir cierta predisposición genética de base.
Lo cual no quiere decir, en absoluto, que ese niño esté “condenado” por sus genes a convertirse en un psicópata peligroso. Como tampoco quiere decir que los factores ambientales (educación, tipo de crianza y apegos, etc.) no puedan propiciar, mitigar o desencadenar determinadas reacciones.
Insistimos mucho en este punto, pero es importante tenerlo claro. La terapia psicológica, y los correspondientes tratamientos psiquiátricos si se requieren, existen precisamente para tratar y ayudar a reconducir los aspectos necesarios en los trastornos de la conducta.
Dicho lo cual, prosigamos. Si tuviéramos que quedarnos con la clave o la característica más representativa de la psicopatía infantil o de un comportamiento abusador, esta sería la falta de empatía.
En la mayoría de los casos, esta incapacidad de ponerse en el lugar del otro y entender cómo le pueden afectar las cosas (el dolor, el miedo, la injusticia, el sufrimiento…) está fuertemente relacionada con trastornos antisociales. Esto es, problemas a la hora de desarrollar relaciones, afectos o comportamientos en apariencia tan sencillos como mantener un diálogo o trabajar en equipo.
Además, estos niños suelen ser tremendamente narcisistas. Suelen considerase el centro de todo y, si no reciben la atención que quieren, emplean la violencia para reclamar lo que consideran es suyo por naturaleza.
No existe una herramienta infalible para medir la posible psicopatía infantil. Eso es importante que lo tengamos todos en mente. Pero sí que hay rasgos, como los anteriormente mencionados, que pueden evidenciar que algo no está funcionando correctamente y que puede llegar a causar graves problemas en el entorno familiar, escolar y social.
¿Qué tipo de actitudes o conductas son señales de alerta ante un perfil de psicopatía en niños?
Algunas actitudes que pueden relacionarse con rasgos de psicopatía infantil son:
- Comportamientos violentos tanto verbales como físicos. Suelen manifestarse en forma explosiva, dado que los niños todavía se encuentran en proceso de aprendizaje y maduración a la hora de gestionar emociones tan complejas como la frustración.
- Desobediencia sistemática y (como adelantábamos previamente) constante necesidad de desafiar a los adultos. Imaginemos, por ejemplo, un niño pequeño que nos arroja la comida o la escupe, rompe platos o lanza sus juguetes con vehemencia buscando agredir.
- Dificultad para discernir entre conceptos básicos para el ser social como “el bien” y “el mal”, la “responsabilidad”, la “culpa” o el “remordimiento”. Esto está íntimamente relacionado con la ausencia de empatía que anticipábamos en el primer párrafo de este apartado.
- Experimentar con el daño y el dolor en animales. La crueldad contra los animales es una señal de alerta muy potente. Hay niños y adolescentes que buscan observar el sufrimiento animal y esto les provoca algo más allá de la mera curiosidad: sensaciones de placer y desahogo, por ejemplo.
¿Es la psicopatía el único factor explicativo del acoso escolar?
Ni mucho menos. Existen diversos factores que no solo influyen en este fenómeno sino que, además, pueden ser diferentes en cada caso. Los expertos se centran en torno a dos ámbitos concretos: factores familiares y escolares (además de los ya mencionados).
Desde el punto de vista del contexto familiar:
A nivel familiar, el estilo de crianza ejercido sobre los niños puede ser muy influyente. Los agresores pueden ser niños o niñas que han crecido con un estilo educativo permisivo que los lleva a no interiorizar adecuadamente la realidad. O bien, por otro lado, puede existir un entorno familiar violento, con tensiones, conflictivo…
Si bien es cierto que un estilo educativo familiar autoritario provoca problemas de externalización de la conducta, un estilo negligente o permisivo promueve a niños incapaces de reconocer la importancia de las normas de convivencia. En conclusión, la literatura especializada concluye que ambos entornos puede ser igual de inadecuados.
Al margen del contexto familiar más directo, los medios de comunicación también pueden tener una gran influencia en los comportamientos sociales de niños y jóvenes. Algunos programas, por ejemplo, exponen un modelo de proyecto vital que busca conseguir el éxito a cualquier precio. Si se intenta imitar este modelo, y hablamos de jóvenes individuos que no saben ser críticos, todo ello podría derivar en una situación peligrosa.
La violencia está presente cada día en muchos programas de televisión, en videojuegos y en el contexto de internet y las redes sociales. Y ello puede conducir directamente a la total desensibilización. Esto quiere decir que los niños pueden acostumbrarse a este tipo de situaciones y normalizarlas, empezando a considerar naturales conductas y actitudes que van contra la dignidad de la persona.
Por otro lado, otro tipo de factores como el consumo de alcohol, las drogas y los comportamientos delictivos son también señalados por los expertos como factores detonantes de la violencia escolar.
Desde el punto de vista del contexto escolar:
A nivel escolar debemos tener en cuenta las relaciones profesor-alumno y alumno-alumno. En numerosas ocasiones observamos casos en los que profesores solo interactúan con un grupo reducido de alumnos. Esto puede provocar que los demás lleguen a sentirse ignorados, creando así situaciones de tensión. De igual modo sucede en las relaciones entre compañeros.
Al margen de estos aspectos más concretos del aula, la ausencia de un buen clima de convivencia en el centro y una deficiente gestión y resolución de conflictos puede agravar las situaciones de bullying.
Dentro de este ámbito, se habla también de la “teoría del dominio social”, que plantea el acoso escolar como una forma de obtención de estatus por parte de los agresores dentro del grupo de clase. Las conductas agresivas formarían parte de los recursos utilizados para obtener una buena posición; y ejercer la violencia entre iguales podría ser contemplado de un modo positivo por el resto de compañeros.
¿Y cuál es el futuro de mi hijo agresor?
El bullying tiene consecuencias personales para todos los implicados, tanto en el momento en que se produce como a corto y largo plazo. De hecho, un caso de acoso escolar a una edad temprana puede influir mucho en las tendencias de personalidad en la edad adulta.
En concreto, en el caso del agresor, podemos hablar de las siguientes consecuencias:
- Generalización de su conducta para establecer vínculos sociales, lo que conduce a establecer relaciones sociales y familiares problemáticas.
- Aumento de los problemas que indujeron a abusar de su fuerza: falta de control; actitud violenta irritable, impulsiva e intolerante; muestras de autoridad exagerada; imposición de sus puntos de vista y consecución de sus objetivos mediante la fuerza y la amenaza…
- Disminución de la capacidad de comprensión moral y de la empatía.
- Identificación con el modelo de dominio-sumisión que subyace tras el acoso: las perturbaciones emocionales afectan también al acosador.
- Riesgo de seguir utilizando la violencia en el futuro: existen altas probabilidades de que el acosador escolar asuma permanentemente ese rol durante su vida adulta, proyectando los abusos sobre los más débiles en el trabajo (mobbing) y/o en la familia (violencia doméstica, violencia de género).
- Pérdida de interés por los estudios y fracaso escolar.
- Posibilidad de presentar conductas delictivas en el futuro.
En resumidas cuentas, y aunque resulte una gran obviedad, cuanto antes aceptemos de qué estamos hablando, antes podremos enfrentarnos a esta situación y ayudar al menor.
Tenemos que hablar de nuestros hijos. Siempre. Sea cual sea el caso. Los especialistas en salud mental, y los expertos y profesionales en conducta psicológica, nos ayudarán en todo este proceso. ¿Quieres contarnos algo? Estamos aquí para escucharte.
Virginia durán
Publicado a las 22:24h, 25 marzoDe los mejores acrtúclos leídos hasta el momento. Exclente. Gracias